Crítica de "Wonka": Timothée Chalamet hace un Willy Wonka ganador en una divertida precuela que es uno de los musicales de cine más cuadrados en décadas



	
		Crítica de

A todos los fans de "Willy Wonka y la fábrica de chocolate" (1971) les encanta la escena en la que Gene Wilder, en el papel del místico fabricante de caramelos, lleva a sus invitados en un viaje psicodélico por un túnel, zumbando por las entrañas de la Fábrica de Chocolate mientras entona un versito), poniéndose más furioso e histérico a cada segundo. El Wonka de Wilder era un encanto, pero escondía un lado maníaco. Y en "Charlie y la fábrica de chocolate", el majestuoso remake de Tim Burton de 2005, Johnny Depp, entonces en la cúspide de su estrellato cinematográfico, se puso en la piel de Depp, interpretando a Wonka como un cruce vampírico entre Anna Wintour y Michael Jackson.

Pero en "Wonka", la precuela musical del legendario cuento de Roald Dahl, divertida, emocionante, impecablemente escenificada y asombrosamente anticuada, Timothée Chalamet interpreta al personaje del título como el alma radiante de una bondad efervescente. Su pasión por el chocolate está ahí (está casi definido por ella), pero las torceduras han desaparecido; así como cualquier rastro de un lado oscuro. Willy, un joven de unos 25 años, llega a Londres después de siete años de navegar por todo el mundo, durante los cuales estuvo rastreando tierras oscuras en busca de los raros manjares que darán a sus dulces su trascendente sabor. Tiene sus recetas para dulces como el hoverchoc, un huevo de chocolate con un bicho dentro que te hace levitar, y tiene su aspecto (abrigo largo morado, chaleco, pañuelo de cuello alto, sombrero de copa desaliñado). Pero, sobre todo, tiene su sueño: elevar el mundo llevando la maravilla de sus dulces a todos sus habitantes.

Para Willy, el chocolate no es una simple golosina. Es una religión, algo que te elevará y cambiará tu día, tu estado de ánimo, tu vida. Y esa creencia se encarna en la interpretación delirantemente contagiosa de Chalamet. Es un truco interpretar a alguien tan entusiasta e inocente y ansioso y hacerlo magnéticamente encantador, y Chalamet tiene el carisma de estrella para lograrlo. Como Willy, es el alma de la dulzura infantil, aunque con una pizca de tristeza (echa de menos a su difunta madre, interpretada en un flashback por Sally Hawkins, que le inculcó su amor por la chocolatería), que se expresa en la mirada delgada y pensativa de cejas oscuras que nos sigue dando pistas sobre lo que está pensando. Es como P.T. Barnum interpretado por el hijo de Daniel Day-Lewis. Chalamet canta en un barítono puro y sincero, comprometiéndose con líneas como "¡Mete la mano en el pock-elet, búscate un poco de chocolate Wonka!" Y no es sólo el personaje el que es sano hasta la médula. Como película, "Wonka" puede ser el musical de Hollywood a gran escala más cuadrado de las últimas décadas.

¿Cómo de cuadrado es? ¡En una época que nos ha brindado musicales visionarios de nuevo nivel como "La La Land", "Moulin Rouge!"¡y la sorprendentemente infravalorada "The Greatest Showman", así como adaptaciones de Broadway tan modernas y vibrantes como "Chicago", "Hairspray", "In the Heights", "Mamma Mia!¡", "Los Miserables" y "Rent", "Wonka", dirigida y coescrita por Paul King (realizador de las películas de "Paddington"), parece una versión visualmente más ágil de alguna reliquia de canto y baile de la época tardía de "Oliver!"(1968) y "Scrooge" (1970). Es tan cuadrada que hace que "Mary Poppins Returns" parezca vanguardista.

Willy ha llegado a Londres para montar su primera chocolatería, que planea hacer en las Galleries Gourmet, un vasto y ornamentado centro comercial que alberga las tiendas de los tres chocolateros reinantes -y corruptos- de la ciudad: Slugworth (Paterson Joseph), el untuoso cabecilla del grupo con sonrisa de serpiente; el esnob Fickelgruber (Matthew Baynton), a quien literalmente le dan arcadas cada vez que oye las palabras "los pobres"; y el pomposo Prodnose (Matt Lucas). Willy tiene a su nombre 12 soberanos de plata, que gasta en un solo día. Sabe que en cuanto la gente pruebe su chocolate, tendrá el dinero para abrir la tienda de sus sueños. Pero cuando nuestro trío de villanos lo pruebe, sabrán que tendrán que acabar con él utilizando al Jefe de Policía (Keegan-Michael Key), un chocolatero bobalicón que cumple sus órdenes a cambio de un vasto pago clandestino de golosinas.

Por si este sindicato del chocolate no fuera suficiente impedimento, Willy aterriza en una pensión regentada por la Sra. Scrubbit (Olivia Colman), un ogro dickensiano que atrapa a sus clientes con un contrato de por vida, encerrándolos en el sótano como trabajadores esclavizados. Colman y Tom Davis, como el corpulento secuaz de la Sra. Scrubbit (que se convierte en su ridículo novio vestido con kimono de seda), hacen gestos y gruñen como si fueran sacados de una producción suburbana de "Sweeney Todd", y habría que remontarse hasta "Chitty Chitty Bang Bang" (1968) para encontrar villanos musicales con este nivel de maldad.

Willy, por su parte, es capaz de entrar y salir de su cautiverio escondiéndose en un carrito de lavandería. Organiza a las otras víctimas de Scrubbit, como la huérfana Noodle (Calah Lane) y el contable Abacus (Jim Carter), en un equipo que le ayude a derrotar a las fuerzas del mal de las películas de la vieja escuela. También se enfrenta a un ladrón que se convierte en su comodín: un Oompa-Loompa de piel anaranjada y pelo verde, interpretado por Hugh Grant con un irresistible y hosco toque aristocrático. Todo esto es muy agradable, al igual que el lujoso aspecto victoriano del plató, y "Wonka", con un poco de suerte, se convertirá en el éxito navideño que los dueños de los cines están buscando desesperadamente.

Sin embargo, me atrevería a apostar que podría haber sido un éxito aún mayor si se hubiera hecho un poco menos para los niños y si se hubiera aprovechado más la esencia de Roald Dahl (que ya estaba presente en la animada adaptación de "Matilda", de Dahl, del año pasado). Las canciones de la película, escritas por Neil Hannon, te llevan en volandas, aunque con más energía alborotadora que embeleso, al menos hasta que llegas a la canción icónica de "Willy Wonka y la fábrica de chocolate", "Pura imaginación", que hace un trabajo encantador de hacer cosquillas a nuestra golosa nostalgia. "Wonka" te hace sentir bien, pero nunca te hace levitar.

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