Enseñar nunca ha sido tan difícil, pero me niego a dejarlo
El año académico 2023 comenzó con unos 300.000 puestos docentes y de personal vacantes en las escuelas y aulas de Estados Unidos. Con el próximo curso escolar en el horizonte, son muchos los educadores que sufren el agotamiento como consecuencia de las innumerables crisis que afectan a nuestra profesión. Entre ellas se incluyen, pero no se limitan a: la violencia armada en los campus, la prohibición y censura de materiales educativos, las condiciones laborales inadecuadas y la energía necesaria para una acción colectiva sostenida, y un largo etcétera. No es el mejor momento para ser profesor en Estados Unidos.
Y, sin embargo, millones de nosotros estamos planeando volver a las aulas en otoño (con los verdaderos masoquistas como yo trabajando también en la escuela de verano). Como profesora de tercer curso que empezó su carrera enseñando a distancia durante una pandemia, a menudo me asombra seguir aquí. Más aún si tengo en cuenta que son los profesores nuevos y los que trabajan en distritos urbanos "con alto índice de pobreza y minorías" como el mío (así como los que trabajan en escuelas públicas rurales) los que tienen más probabilidades de marcharse. Pero también sé que no soy la excepción. En un momento como éste, en el que el trabajo es tan duro y las exigencias no hacen sino aumentar, no sólo es comprensible, sino completamente razonable que tantos profesores se marchen. La verdadera pregunta, me pregunto, es ¿por qué nos quedamos tantos?
La primera respuesta, por previsible que sea, es, por supuesto, nuestros alumnos. En los últimos años, cientos de miles de niños han visto cómo sus familiares enfermaban y fallecían a causa del COVID, experimentaban la pérdida del empleo y la inseguridad de la vivienda, y sufrían bajo el peso de un aumento de la violencia doméstica y el abuso de sustancias. Han visto a sus compañeros luchar contra la ansiedad, la depresión y las crisis agudas de salud mental, todo ello mientras los adultos que les rodean entran en pánico las veinticuatro horas del día por el aprendizaje académico que han perdido. A través de todos estos desafíos, he llegado a observar, de primera mano, la capacidad de recuperación de los niños de una manera que me hace tener esperanza en la sociedad, incluso en los peores días.
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Como maestra de guardería, he tenido el privilegio de ver el brillo en los ojos de los alumnos cuando pronuncian la amalgama de símbolos que tienen delante y se dan cuenta de que acaban de leer una palabra. He visto en tiempo real cómo los alumnos respiraban profundamente en medio de un conflicto, para calmarse y prepararse para utilizar sus palabras para vocalizar sus sentimientos cuando se sienten estresados. He recibido abrazos y tarjetas de bebés que no tienen ni idea de todas las amenazas que se ciernen sobre su educación, pero que están extasiados de alegría por estar en la escuela con sus amigos, aprendiendo algo nuevo que no sabían antes, como que el sirope viene de los árboles o que los corazones no tienen realmente la forma de los dibujos animados. Nos quedamos no sólo porque nuestros hijos nos necesitan, sino porque nosotros necesitamos a nuestros hijos, y vamos a quedarnos con ellos todo lo que podamos.
Pero pregunte a cualquier profesor que conozca y le dirá que los alumnos son sólo una parte de la ecuación escolar. Desde el comienzo de la pandemia, profesores y familias se han encontrado en una nueva dinámica entre ambos. Necesitábamos que las familias fueran nuestros co-profesores, que ayudaran a sus hijos a acceder a las plataformas en línea en las que se estaba produciendo el aprendizaje; que supervisaran y responsabilizaran a sus hijos de la realización de tareas y evaluaciones; y que desarrollaran habilidades socio-emocionales esenciales como la resiliencia, la motivación y las agallas, todas ellas fundamentales para garantizar que los estudiantes fueran capaces de aprender a través de una pantalla de ordenador bidimensional.
La experiencia transformó la relación entre profesores y familias con efectos profundos de los que apenas estamos empezando a rascar la superficie. Las familias utilizaron los conocimientos adquiridos para replantearse su compromiso con las escuelas, desde la participación en el consejo escolar hasta una mayor colaboración e implicación con sus profesores. Para algunos profesores que se marchan, su decisión puede atribuirse a los efectos secundarios negativos de padres "helicóptero" que acosan sus decisiones profesionales o padres "activistas" que dictan lo que debe enseñarse a todos los alumnos basándose en sus creencias personales. Sin embargo, para los profesores que se quedan, lo que nos permite seguir trabajando es un fuerte sentimiento de colaboración y respeto mutuo. He tenido conversaciones de una hora con familias en las que hemos elaborado un plan de acción para conseguir que sus hijos lean al nivel de su grado. He tenido familias que han donado queso y zumo para nuestra galería de arte y que han servido salchichas y costillas para nuestro almuerzo después de la excursión. He tenido familias que me han preguntado repetidamente por mis múltiples intentos de aprobar el examen de conducir y me han celebrado cuando por fin lo conseguí. Y eso es lo que ayuda a los profesores a quedarse. Las comunidades escolares en las que los profesores y las familias se niegan a sucumbir a las fuerzas que nos enemistan y nos enfrentan por intereses políticos, en las que nos unimos para encontrar un terreno común para los estudiantes y nos apoyamos unos a otros porque todos lo necesitamos.
Por último, muchos de nosotros permanecemos en este campo porque sigue siendo profesionalmente gratificante y atractivo. Valorar a los profesores por su altruismo ayuda a ocultar una razón egoísta por la que muchos de nosotros nos convertimos en educadores, y es que nos gusta el trabajo cerebral de enseñar, si acaso para nosotros y sólo para nosotros. Me encanta el tiempo que paso planificando una lección antes de presentársela a mis alumnos, intentando averiguar cómo definir ciertos términos y de qué manera puedo conectarla con conceptos anteriores. Me gusta pensar en cómo hacer que el tiempo de clase sea divertido a través del juego, el arte y otros intereses de mis alumnos. Tardé semanas en averiguar cómo definir la palabra "negro" durante el Mes de la Historia Negra, incluso siendo una profesora negra con una clase formada casi en su totalidad por alumnos negros. Aprendimos sobre figuras históricas negras y relacionamos sus historias con temas más amplios, como Harriet Tubman en el contexto de la Guerra Civil y Bessie Coleman en el contexto de la segregación de Jim Crow. Terminamos el mes con una exposición de arte en la que presentamos obras del estilo de Kehinde Wiley, Alma Woodsey Thomas y Faith Ringgold.
Tengo suerte de haber podido cultivar la alegría en mi profesión, porque no siempre es así. Estamos perdiendo profesores con planes de estudios preestablecidos, programas de enseñanza informatizados y estrechas prioridades académicas que empiezan y terminan con los resultados de los exámenes estandarizados de matemáticas y lectura. Yo me quedo y otros se quedarán también por amor al trabajo, pero sólo mientras seamos capaces de hacerlo con la confianza de quienes creen en nuestra capacidad y autonomía. Me quedaré a enseñar porque me encanta enseñar.
Hay unas cien razones para dejar la enseñanza y otras cien para quedarse. Los relatos que dan una idea de los retos que afectan a la educación son importantes, pero no deben existir aislados. Deben contarse junto a relatos de alegría y esperanza, porque eso es también lo que son nuestras escuelas. Muchos se irán, muchos se quedarán, muchos se unirán a nosotros también. No renunciemos todavía a las escuelas.