¿Crece, pero no sube?
Odio los miedos. Son los pensamientos irracionales que inundan nuestra mente cada vez que nos enfrentamos a algo nuevo. Estos pensamientos actúan como grilletes que nos impiden crecer y nos mantienen estancados.
Hace poco conquisté mi miedo a las montañas rusas, antes de ayer la cantidad de veces que había subido a una montaña rusa coincidía con el número cero. Desde que era niño tenía un miedo inquebrantable a las alturas. No importaba la altura ni lo que me esperara abajo, me mantenía alejado. Desde postes de bombero hasta paredes de roca, si se trataba de lugares altos me aseguraba de estar bien plantado en el suelo.
Esto nunca fue un problema hasta este año, estaba perfectamente feliz con mi vida en el suelo, mis pies y el suelo eran muy amigos y así era como me gustaba. No fue hasta el comienzo del verano cuando me di cuenta de que había crecido mucho desde que en mi infancia le tenía miedo al palo de bombero, pero había algo que no había crecido: mi valor para superar ese miedo. Estaba sentada con mis amigas en lo alto de la noria, a la que, por cierto, tuvieron que arrastrarme, muerta de miedo de que el viento soplara un poco demasiado fuerte y todos cayéramos al suelo. Después de bajarme de aquella atracción, pensé que estaba a salvo de las alturas, y durante un tiempo lo estuve, hasta octubre.
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Octubre es la época del año en la que los miedos de todo el mundo salen a jugar y supongo que los míos no eran diferentes. Después de no haberme enfrentado a mi miedo a las alturas durante otros seis meses, tuve un duro despertar cuando me encontré en el coche con mis amigos, rumbo a Six Flags. En ese momento mis miedos parecían tan altos como las atracciones. El único consuelo que tenía en ese viaje era que otra de mis amigas tenía aún más miedo que yo. Me concentré en hacer que se sintiera mejor. Intentaba convencerla de que los viajes eran seguros y de que estaría bien, pero sabía que no podría hacerlo hasta que me convenciera a mí misma. Así que me senté a su lado entre dos barras de metal, lo único que me impedía volar por el aire fresco del otoño, con una sonrisa en la cara, porque en ese momento supe que ya no era la niña asustada que una vez estuve de pie en la base del poste de bomberos.
Aquel día me quité un peso de encima. Algo que no había podido superar en toda mi vida, por fin no era más que un chiste que contar a mis amigos y familiares. Nunca me había dado cuenta de lo mucho que me estaba frenando hasta que ayudé a otra persona a darse cuenta de su miedo. Sin cambiar mi enfoque, nunca habría "crecido" para superar mi miedo, un miedo que ya no me retiene como las barras metálicas de una montaña rusa.