Vivir sin redes sociales: ¿es posible?

Vivir sin redes sociales: ¿es posible?

Despertar y apagar la alarma. Me revuelvo en la cama. Cojo el móvil y miro Instagram. Después de desplazarme por las fotos recientes, miro Twitter. Aburrirse con el timeline y consultar Facebook. Por último, y sólo cuando se ha visto todo, levantarse y prepararse para el día.

Esta es mi típica rutina matutina, y si tuviera que adivinar, muchos otros pasan sus mañanas de forma similar. Si nadie hubiera caído en estos malos hábitos, tendríamos mucho tiempo extra por las mañanas: tiempo para desayunar bien, hacer ejercicio y organizar el día, todo si no lo malgastamos en las redes sociales.

Si eliminar las redes sociales de las mañanas puede alterarlas drásticamente, ¿de qué otra forma podría verse afectada la vida cotidiana?

¿Pasearíamos por la calle fijándonos en la gente y en nuestro entorno? ¿Dedicaríamos toda nuestra atención en clase, sin preocuparnos constantemente por los mensajes de texto y las notificaciones que nos estamos perdiendo? ¿Crearíamos recuerdos mejores e inolvidables, estando totalmente presentes en cada momento?

Es fácil dejarse envolver por un tuit divertido, una foto de Instagram estéticamente agradable o un vídeo de Facebook entretenido, pero ¿cuántas veces damos un paso atrás y nos damos cuenta de lo que realmente nos estamos perdiendo? ¿Nuestras vidas estarían más completas si elimináramos las redes sociales?

Hubo un tiempo en el que la gente no tenía que preocuparse de actualizar constantemente sus aplicaciones y, como dicen nuestros padres y abuelos, eran tiempos mucho más sencillos. Ahora estamos demasiado anclados en nuestras costumbres como para dar marcha atrás, pero seguro que hay una forma de salir del agujero de las redes sociales en el que nos hemos metido.

Creo que el principal problema es tratar nuestros teléfonos inteligentes y otros aparatos como una prioridad; damos prioridad a esta tecnología por encima de los demás e incluso de nosotros mismos, optando por entregarnos a las redes sociales en lugar de a actividades que podrían hacer avanzar nuestra educación, nuestra salud o nuestra vida social.

Si pudiéramos desviar nuestra atención de los teléfonos y las redes sociales una pequeña cantidad al día, empezaríamos a sumar, lo que se traduciría en mejores relaciones y una vida más plena, el tipo de vida en la que nuestros padres decían que habían crecido, sin teléfonos.

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